
INFORME ESPECIAL
Por: John del Río
Comunicador social y periodista
Redacción San Buenaventura Estéreo 95.4 F.M
Viernes, 28 de febrero, de 2024
12:00 m.
Si se referencia lo que dice Freud acerca de la guerra, se puede traer a colación, que para él significaba que la civilización había fracasado. Pues, consideraba: “que la sociedad reposa sobre un crimen colectivo (parricidio del macho dominante poseedor del poder de la horda) que deriva en la prohibición de matar, incluso a los enemigos, como consecuencia del desarrollo cultural”.
En consecuencia, un problema o conflicto que se alarga en el tiempo convierte poblaciones, territorios, ciudades y hasta países completamente destruidos y acabados. Además, desaparece algo tan prioritario como los medios de producción y supervivencia, es decir, la tierra queda infértil y la inseguridad alimentaria aumenta considerablemente.
Hay que hacer memoria y resaltar que todas las guerras, sin excepción, han arrojado terribles consecuencias para la sociedad. Sus coletazos han sido graves, en lo humano ha sido devastador, seguido en lo económico como en lo social y donde más se ha sentido la mano dura de la guerra es en el país donde se disputa el conflicto, sin desestimar el desbalance internacional que, generalmente afecta a corto y largo plazo a los países vecinos y con los que tiene algún tipo de negocios.
Pero, lo peor de la guerra son las consecuencias dejadas en la memoria y la vida de las personas, que les ha tocado vivir la violencia, muerte, hambre, sed, frio, daños físicos y psicológicos, entre otros, constituyéndose en una clara y vil violación de los Derechos Humanos.
La guerra se encuentra unida al desarrollo de la historia, pues, desde tiempos atrás, los seres humanos la han interiorizado e invitado a ser parte de su identidad, como lo teoriza (Tiryakian, 2004), es decir “de la manera en la que éste piensa, percibe, siente y concibe la realidad. Las guerras se iniciarían así en las mentes de los individuos. No obstante, la guerra atenta contra la vida y la organización social, reemplaza el orden civil por normas y estándares militares, y no sólo implica la muerte de las personas, sino también la pérdida de su autonomía. La guerra va a representar, en definitiva, un estrepitoso fracaso de la Razón y la civilización moderna”.
Pero, lo anterior no es teoría y mucho menos suposiciones, es un acertado análisis de algunos conflictos bélicos en el mundo analizados y contados, por expertos en el tema, como Antonio José Romero Ramírez, Doctor en Psicología Social de la Universidad de Granada en España, los que también sugieren, que la guerra tiene comunes denominadores como:
“La suspensión del Estado de derecho y, en consecuencia, de ciertos derechos de ciudadanía.
La transformación de la actividad económica desde un modelo civil y consumista a otro de economía de guerra, haciendo sufrir así a la mayoría de la población innumerables penurias y calamidades.
La captación militar de civiles de todas las actividades, a costa de importantes pérdidas económicas para los abducidos o alistados.
La alteración profunda de las pautas sexuales convencionales tanto de los soldados como de la propia población civil afectada, hasta el extremo de llegar a utilizar la violación como otra arma de guerra más.
La recompensa simbólica y material de las valientes hazañas de guerra realizadas, que en tiempos de Paz no serían otra cosa que simples crímenes”, entre otros.
En este orden de ideas, podría afirmarse que la dinámica de la guerra infla como un globo, la realidad de cualquier grupo humano en un territorio, pues se convierte en un acontecimiento dominante al que se redimen los otros procesos sociales, económicos, políticos y culturales, entre otros, afectando de una manera u otra a todos los miembros de una sociedad.
Sin embargo, la guerra a secas para Sorokin y, específicamente, la guerra de clases para Marx van a determinar el cambio social. Y, por último, el liberalismo pretendió exorcizar al monstruo de la violencia a través del mercado pacificador, atemperador de pasiones; la guerra sería considerada como una reliquia premoderna, resultado de una mentalidad aristocrática belicista o del capricho de algún déspota”.
De otro lado, algunos pensadores y tradiciones intelectuales le apostaron a la Paz. Según (Joas, 2004), “La Ilustración creyó que la felicidad general de la humanidad sería alcanzable mediante la Razón, el crecimiento económico y el conocimiento científico. Kant y Rousseau confiaban, asimismo, en la Razón y en la bondad innata del ser humano. Adam Smith también mostró su optimismo, al considerar que la industrialización evitaría que unas naciones tuviesen que guerrear con otras para mejorar sus condiciones materiales.
Pero, también la búsqueda y conservación de la Paz se han convertido en una de las grandes aspiraciones en la actualidad. Por ejemplo, sólo en los Estados Unidos, más de 200 universidades ofrecen en la actualidad programas de estudios sobre la Paz, según (De Rivera, 2021).
Entonces, se podría sugerir que la Educación para la Paz debe concientizar, a los ciudadanos en la estrecha relación que hay entre la Paz, la economía, la política internacional, la justicia y el desarrollo social.
Según Jares (1992), la Educación para la Paz debe basarse en lo siguiente:
“Una forma peculiar de educación en valores. La Educación para la Paz debe hacerse desde y para unos valores determinados, tales como la justicia, la cooperación, la solidaridad y el desarrollo de la libertad y autonomía personal; al mismo tiempo, a la vez que se cuestionan aquellos otros valores contrarios a la cultura de la Paz: la discriminación, la intolerancia, el etnocentrismo, la obediencia ciega, la falta de solidaridad y el conformismo.
La Educación para la Paz debe ser contraria al chauvinismo y la exaltación patriótica. La construcción de la identidad social, el sentimiento de pertenencia a un pueblo o nación no tendría por qué realizarse a expensas de denostar o degradar a otros grupos o naciones (Delval y Del Barrio, 1992).
Educar para la Paz sería hacerlo para la acción.
La Educación para la Paz debe hacerse desde una perspectiva holística, capaz de transmitir un sentido cabal y crítico de las diversas problemáticas internacionales y que apueste, inequívocamente, por la defensa de los derechos humanos, el multiculturalismo, el desarme, el desarrollo económico y social, y las estrategias de resolución de conflictos no violentas.
Finalmente, para alcanzar la Paz se requiere de un reparto balanceado y equitativo de los recursos, tanto naturales como económicos, entre los ciudadanos y las naciones. La búsqueda de la Paz necesita, cambios importantes de tipo psicológico, social, político, económico y cultural y con esto, la construcción de un nuevo orden mundial muy alejado del panorama actual, para que no se cumpla el adagio atribuido a Albert Einstein: “No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras”.