INFORME ESPECIAL
Por: John del Río
Redacción San Buenaventura Estéreo 95.4 FM
Viernes, 19 de mayo, 2023
14:12 p.m.
La Real Academia Española, tiene en su inventario más de una veintena de definiciones de la palabra maestro en su tratado, pero preferimos la que reza: “…A quien se dedica a la enseñanza de un oficio, un arte o una ciencia se lo llama maestro, al igual que al docente de educación primaria”.
El profe, o la profe, una acotación del término profesor, pronunciada por los estudiantes con afecto, quizás, por modorra, unos cuantos, o por confort, otros pocos, que en sentido coloquial significa la persona que enseña un oficio, un arte o una ciencia.
Y, teacher, uno de los extranjerismos más populares usados en la lengua castellana, al referirse a sus maestros y profesores, que denota a la persona que proporciona educación a pupilos y estudiantes.
Pero con todo el respeto que se merecen todos los anteriores, ¡Ni más faltaba! y con la fascinación que nos proporciona el uso de los tres vocablos en nuestra jerga cotidiana, atesoramos a nuestros ¡Maestros!
Un maestro que sustenta su saber sobre sus experiencias, sus aprendizajes, pero sobre todo que nos enseña todo lo que sabe, es decir, toda su enciclopedia, personal, familiar, institucional y también la social; !pero por supuesto!, bienvenida su academia, la exhausta pirámide de sus títulos, cada vez más exigente dentro de la formalidad, y hasta un beneplácito para sus egos.
Pero nuestra preferencia por los Maestros, radica en su humanidad, en la sencillez de su lenguaje, que me hace entender de manera más pedagógica y directa su filosofía, nos embadurna de admiración cuando nuestros maestros son francos, tibios y decentes.
La complejidad de este que hacer, hace qué de manera dictatorial, aunque vivamos en una democracia, les respetemos, les admiremos y les emulemos, solo lo bueno, claro está, porque lo divino y lo afeado, también habita en ellos, ¡normal!, son al fin y al cabo humanos.
Nuestros maestros, desde nuestra avara memoria como párvulos, habitan en nosotros, son abundantes como los líquenes en los bosques, grandes como el azul y brillantes como el poporo Quimbaya.
Nuestros maestros… cual mejor que otro, quizás una que otra excepción, pero esa minoría insignificante, además, que no quisieron vestir su mejor vestido rojo, y acompañarnos, para bailar boleros, quizás obedecen a patrones que no están alineados con nuestros mismos astros, a ellos también, ¡feliz jornada camaradas!, ¿por qué no?
Y, como dejar por fuera, sin mención alguna, al precursor, al santo, al ejemplo de más de un millón de niños, jóvenes y adultos en el mundo actualmente: Juan Bautista de la Salle, quien no sospechaba que la encomienda que le hacia un amigo, en el lecho de muerte, de cuidar y educar a las niñas pobres de un orfanato, lo cual hizo a través de la capacitación de siete maestros, se convertiría en una de las más rentables, respetadas y efectivas instituciones cristianas en el hemisferio, la educación.
No felicitamos nuestros maestros solo los quince del mes de mayo, cada vuelta al sol, todos los días les agradecemos al unísono o en acto de contrición, los seguimos, los emulamos, en nuestro modesto, pero maravilloso existir.
A nuestros maestros, solo nos queda recitar, pero aclarando obviamente, que nunca nos sugirieron hurtar, las siguientes palabras de la propia Acción de Gracias de nuestro poeta sonsoneño Carlos Framb, en la que invita a los suspiros y a los hallazgos, se maravilla de nuevo ante la sincronía y la sinergia, agradece una vez más por el azar “de morar en un fértil Universo”, bendice la posibilidad de existir e intentar comprender, se regocija por la existencia de la individualidad, porque cada uno de nosotros tenga su rostro y su destino. Se alegra porque en el cósmico esfumar de la entropía irrevocable, prospere la poesía.